28.9.07

Hipócritas lectores

Guiados por Baudelaire, y después de 2666 del chileno Roberto Bolaño, de Gran Sertón Veredas de Guimaraes Rosa, de la obra del catalán Pere Gimferrer, del mexicano José Emilio Pacheco, del peruano Manuel Scorza, de la mexicana Elena Garro, del poeta Gonzalo Márquez Cristo (nacido en Colombia, ese país asediado por la guerra), presentamos a una de las autoras más importantes de Hispanoamérica: la uruguaya Cristina Peri Rossi. Bienvenidos al asombro!

Clásicos Contemporáneos pide ayuda a los lectores para hallar libros que han sido injustamente olvidados por la academia, pues realizamos un extenso trabajo sobre literatura latinoamericana y no queremos contribuir a la exclusión de la crítica oficial.

Nuestra empresa tiene un precepto: Estamos fatigados de novelas históricas como lo determina la industria editorial, también de la novela policíaca post-moderna. Necesitamos obras que ayuden en el conocimiento del ser humano. Novelas que tengan trascendencia.

Contamos con usted, hipócrita lector para encontrarlas. Un saludo desde Lima la Horrible.

Una autora genial: Cristina Peri Rossi

Montevideo (Uruguay), 12 de noviembre de 1941. Reside en España desde 1972. Después de estudiar música y biología y se graduó en Literatura Comparada. Es autora de: Viviendo (1963), Los museos abandonados (1968), El libro de mis primos (1969), Indicios pánicos (1970), La tarde del dinosaurio (1976), La rebelión de los niños (1980), El museo de los esfuerzos inútiles (1983), La nave de los locos (1984), Una pasión prohibida (1986), La última noche de Dostoievski (1992) y Desastres íntimos (1997). De su obra en el género de la poesía sobresalen: Evohé (1971), Descripción de un naufragio (1974), Diáspora (1976), Europa después de la lluvia (1987), Otra vez Eros (1994), y Aquella noche (1996).

Cristina Peri Rossi: Prólogo a Cuentos Reunidos

(De esta autora uruguaya publicamos el prólogo a su compilación de cuentos esperando que el lector se apasione como nosotros por su gran literatura)

La palabra 'cuento' viene del latín contar, que quiere decir narrar. Contar es una de las capacidades más antiguas del hemisferio cerebral izquierdo, el del lenguaje. Podemos pensar que el hombre y la mujer contaron desde que tuvieron uso del lenguaje articulado; contaron el paso de los bisontes por los desfiladeros; contaron la secuencia de las estaciones, el transcurso del día a la noche, las hazañas de los héroes, la historia de la tribu y de la familia, contaron el pasado y el porvenir, qué plantas podían comerse y cuáles eran venenosas, contaron sus viajes y sus amores, sus sueños y sus miedos. Todo es susceptible de ser contado, y el gran maestro Chejov, uno de los narradores más sutiles e inteligentes de la literatura, decía que podía escribir cada día un cuento diferente sobre cualquier objeto. Otra gran escritora, Clarice Lispector, la mujer que modernizó definitivamente la literatura brasileña con su finísima percepción interior (algunos de cuyos libros he traducido al castellano), escribió un cuento sutil y analítico sobre un huevo.

Todo puede ser contado, si encontramos la forma de hacerlo. Y desde muy temprano, los seres humanos, a diferencia de los animales, aprendimos a contar. De ahí la frase hecha «Vivir para contarlo», con su variación, empleada por Gabriel García Márquez en sus memorias: Vivir para contarla.

Como todas las niñas del mundo anterior a la televisión y a Internet (que, a su manera, también narran), amaba los cuentos, me identificaba con algunos personajes, especialmente con los animales, sufría, lloraba y aprendía a vivir escuchando y leyendo cuentos. No hay ninguna inocencia en los relatos infantiles. Son tan crueles, tan terribles como los que escribimos los adultos: hay envidia, soledad, dolor, deseos, anhelos, aunque, a diferencia de la vida, siempre terminan bien, porque derrotan el mal.

Podemos decir que al principio, si alguna vez hubo un principio, fue el relato. Todas las religiones, todas las cosmogonías comienzan con un cuento mítico que funda la tradición, el pasado, las estirpes, las relaciones entre los sexos y la cultura.
Fui una escritora precoz. Yo, que me soñaba una escritora total, en todos los géneros, comencé publicando un libro de relatos, Viviendo, en el año 1963, en la editorial Alfa, de Montevideo. (Sobre mi ciudad natal escribí uno de los cuentos que más estimo: «La ciudad de Luzbel», incluido en este volumen. Espero haber atrapado algunos de sus rasgos singulares: el tiempo detenido, la melancolía y el hecho de ser una ciudad de emigrantes que llegaron alguna vez desde Europa, huyendo de la guerra y de la miseria, arrastrando una nostalgia incurable, que dio lugar a la poesía más melancólica de Hispanoamérica y también a las letras de tango, escritas por poetas que amaban los arrabales.)

Todavía hoy me parece un hecho misterioso, fruto del destino, cómo una jovencita de menos de veinte años, rebelde, transgresora, romántica y pobre consiguió publicar a edad tan temprana un libro de relatos en la editorial más importante de Montevideo, Alfa, fundada y dirigida por un exiliado valenciano y anarquista, Benito Milla. Era la mejor editorial del país, por su calidad literaria y por la elegancia de su impresión. Yo estaba segura de mi vocación de escritora, pero como Jo, la protagonista de Mujercitas, de Louisa May Alcott, me sorprendí muchísimo cuando Benito Milla me ofreció editar mi primer libro. Años después, cuando ya era una escritora muy leída y muy premiada, contó, en una entrevista, que me había observado, tarde tras tarde, ojeando la mesa de saldos de su librería, donde compré algunos de los libros más queridos, editados por Plaza y Janés en aquellas hermosas ediciones de tapas duras y sobrecubiertas ilustradas a la acuarela: Nena querida, de William Saroyan, o El cuarto de Jacob, de Virginia Woolf.

Mi visita diaria a su librería le había llamado la atención, y siendo un hombre melancólico y de pocas palabras (arrastraba la tristeza del exilio, que luego tendría que repetir, cuando huyó de la dictadura uruguaya), se acercó a mí y me preguntó qué estudiaba. Le dije que Literatura Comparada. Luego, me preguntó si escribía. Le dije que sí. Y se ofreció a leer los cuentos inéditos que yo guardaba en una carpeta, mecanografiados en una Remington que fue mi amiga más fiel y me acompañó también durante el exilio. Un año después publicó mi primer libro de relatos, Viviendo, en la colección insignia de la editorial: Carabela.

Entonces, en Uruguay, país de amantes de la literatura, no había muchos lectores dispuestos a leer los cuentos, los poemas o las novelas de los escritores nacionales.

Habíamos recibido una educación y una cultura completamente afrancesadas, y los únicos libros que leíamos eran los de escritores europeos o norteamericanos. Al fin y al cabo, tres de los grandes poetas franceses: Lautréamont, Jules Laforgue y Jules Supervielle, habían nacido en Montevideo. Felisberto Hernández, uno de los mejores cuentistas de la literatura en castellano, malvivía tocando el piano en los cines de barrio y no tenía más de diez lectores, pero eso sí: completamente convencidos de su talento. Le financiaban la edición de sus libros, pero a veces el dinero no llegaba para la portada, de ahí esa pequeña joya que se llama Libro sin tapas. Juan Carlos Onetti había tenido un poco más de suerte, pero porque se había ido a Buenos Aires, el gran centro editorial en castellano que sustituyó a España durante el franquismo.

La publicación de mi primer libro de relatos, Viviendo, fue una alegría que no pude compartir con nadie. Ya no vivía con mi familia, que, por otra parte, consideraba que publicar un libro, en lugar de casarme y tener hijos confirmaba que yo era una mujer muy rara, una especie de mutante inclasificable, y los escasos amigos o amigas que tenía (todos grandes lectores) despreciaban unánimemente la literatura nacional; para escribir bien, había que haber nacido en Europa (prejuicio que comparte hasta nuestros días Harold Bloom). Yo no conocía a ningún escritor, y tampoco tenía mucho interés: de los escritores, me importaba sólo la obra. Empecé a sentirme culpable por haber publicado un libro; tenía la sensación de haber cometido alguna falta irreparable, como masturbarme en público o realizar un streep tease en la plaza Independencia.
En todo caso, el hecho de haber publicado un libro a los veinte años le complicaba un poco la vida a todo el mundo: a mis profesores, que despreciaban la literatura nacional; a mis compañeros, que lo consideraban aventurado y precoz, y a mi familia, que no sabía cómo asumir que yo era, efectivamente, una escritora. Entonces, trabajaba en un liceo, donde mi libro fue completamente ignorado, actitud que compartió la crítica literaria de los periódicos locales, con una valiosísima excepción: Mario Benedetti, que le dedicó una página muy elogiosa en un diario de gran tiraje.
Pocos años después, me presenté al mayor premio literario de relatos que había en Montevideo, el de la editorial Arca, que dirigía el inolvidable crítico Ángel Rama. Los premios, en el país donde nací, eran absolutamente limpios. El miembro de un jurado se sentía orgulloso de no premiar a un amigo, o renunciaba a formar parte del tribunal si sabía que se había presentado alguno. La prueba de ello es que yo, una recién llegada al mundo literario, descendiente de una familia de emigrantes y con una posición política muy radical (comenzaba la trascendental década de los setenta), gané el premio con mi libro Los museos abandonados. Al año siguiente, gané el premio de novela de la excelente Biblioteca de Marcha con la novela El libro de mis primos.
He seguido escribiendo relatos toda mi vida. He publicado ocho volúmenes, de los cuales me siento muy satisfecha; la mayoría de esos cuentos están incluidos en este libro, junto a algunos inéditos.

Es un género que amo, como lectora y escritora, al que regreso siempre y al que seré fiel durante toda mi vida. Me gusta la gramática del cuento, su estructura, su brevedad (he escrito algunos relatos largos también) y el hecho de que hay que prescindir de lo accesorio, de lo poco significativo. La mayoría de las veces mis personajes, como los de Kafka, no tienen nombre, porque sería un dato poco innecesario: el relato tiene una economía tan implacable como la poesía.

El cuento es el género que más ha evolucionado en el siglo XX, gracias a los autores de las dos literaturas más importantes de ese siglo: la norteamericana y la hispanoamericana. Ha tenido un extraordinario auge y gran cantidad de lectores en los países sudamericanos, donde la novela es un género menor, frente al relato y la poesía, exactamente al revés que en España, donde todavía, con una visión decimonónica, se considera que el relato es una especie de novela abreviada. Los grandes escritores en castellano del siglo XX fueron excelentes cuentistas: Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Juan Carlos Arreola, Augusto Monterroso, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa.

Pero además de estos autores, hay muchísimos escritores de cuentos originales, llenos de ingenio, especialmente en la fórmula del relato breve. Y una revista mexicana, El cuento, paradigmática, que durante más de veinte años se dedicó a publicar los relatos de los escritores de todo el mundo, además de las colaboraciones espontáneas de los lectores.

Se cuenta para algo. El buen narrador oral (y es ampliamente conocida mi condición de charlatana; a menudo, cuentos que he narrado en una reunión y no he escrito vuelven a mí, como anécdotas de otros) aplica, sin saberlo, el consejo de Edgar A. Poe, el gran innovador del género: la unidad de efecto y la economía rigurosa que debe tener un buen relato. Como la poesía, el cuento moderno no admite disgresiones, es un mecanismo de relojería donde cada palabra es imprescindible. No puede ni faltar ni sobrar.

A menudo me ocurre que convierto mis pesadillas en relatos. Es una de las experiencias literarias más complejas y difíciles, pero también de las más gratificantes. Es una forma de exorcismo: en la pesadilla hay una serie de símbolos y una moral, se trata de desvelarlos. Ya los escritores románticos alemanes habían descubierto que los sueños son una clase de escritura, la escritura del inconsciente.

En este libro hay un relato, 'Tsunami', que surgió de una pesadilla repetitiva, pocos días antes del atroz maremoto que destruyó ciudades enteras. He dejado de soñar con él, prueba del exorcismo que provoca la escritura.

Otras veces una historia me persigue, pero no intento escribirla hasta que no se me ocurre la primera frase. No conozco la angustia de la página en blanco, de la que hablan muchos escritores y escritoras. Cuando me siento a escribir, ya sé la primera frase, y si no la sé, me dedico a otra cosa. Porque la primera frase de un relato es decisiva: si consigue seducir al lector, si consigue atraparlo, instalarlo, de plano, en el tiempo y en el espacio de la ficción (aunque sea un tiempo sin tiempo y un espacio innominado) seguirá leyendo. De lo contrario, dejará de leer.

Para esa unidad de efecto de la que habla Edgar A. Poe, tan importante como la primera frase es la última. A veces, se trata de un golpe definitivo, de un K. O. magistral. Pero, en otros casos, conviene a la emoción que se desea causar un final ambiguo, abierto, lleno de incertidumbre.

La editorial Lumen me ha dado la posibilidad, que agradezco muchísimo, de publicar casi todos mis cuentos, pertenecientes a diferentes libros, la mayoría agotados desde hace largo tiempo. He agregado otros, inéditos. Desde 1963 hasta 2007, cuando se publica este volumen, han transcurrido muchos años, y, sin embargo, los cuentos que he escrito conservan toda su fuerza, a veces su extrañamiento, su ironía, su humor, su poesía y su observación psicológica. Lo único que lamento es no poder volver a escribirlos: sé que he gozado haciéndolo y, a veces, también he sufrido. Como me gustaría que hiciera el lector: gozar y sufrir.

Dijo Jorge Luis Borges que todo encuentro casual es una cita previa. Los cuentos me los encuentro casualmente, en apariencia, viviendo, observando, soñando, escuchando, pero, como Borges, creo que al escribirlos, cumplo con una cita previa. Como él, pienso que están escritos en alguna parte y que mi tarea es descifrarlos, quitarles el polvo y la paja, para que su moralidad aparezca como en una parábola. Siempre se escribe para algo. Una de las frases más hermosas y terribles de Jesús, en los Evangelios, dice: «Hablo para que los que quieran entender, entiendan». La suscribo. Escribo para que los que quieran entender, entiendan.

Los relatos son una especie sofisticada de parábolas, en el sentido pedagógico y moral del término, aunque la forma haya evolucionado muchísimo. Y son parábolas porque los seres humanos, a diferencia de los animales (por los que siento gran respeto y cariño) aprendemos a través de historias. El goce de los niños y de las niñas cuando escuchan un cuento (están concentrados, atentos, con la mirada brillante) y su resistencia a aceptar cualquier modificación demuestran que para ellos, como para cualquier lector, un relato es una experiencia de conocimiento, contiene una clase de verdad, aunque la verdad, en literatura, sea relativa y paradójica. Un cuento es una ficción que esconde una verdad a veces difícil de asumir.

La historia de la humanidad y la ética personal se han formado a través de grandes relatos, de la Ilíada a la Biblia, de El Corán a Gilgamesh.

Primero se siente, luego se sabe. Éste es el principio con el que escribo los relatos, para que, como en una galería de espejos, el lector goce, sufra, se sonría, se reconozca o aprenda a comprender lo diferente.

Un cuento es una pequeña incisión en el tiempo que permite profundizar en una sensación, en una idea, en un sueño. Renuncia a lo accesorio y, como un escalpelo, se hunde en las entrañas de la emoción o del sentimiento.
Lo único que lamento es no poder volver a escribirlos, porque ya los he escrito.
Pero estoy segura de que seguiré escribiendo relatos, porque la vida me fascina, y en los cuentos, la vida vibra.

Gonzalo Márquez Cristo: Escritura del relámpago


Poeta, narrador, ensayista, periodista y editor. Nació en Bogotá, Colombia, en 1963. Ha publicado dos ediciones del poemario Apocalipsis de la rosa (Quimera del Oro, 1988 - Hojas Sueltas, 1990); la novela Ritual de títeres (ganadora de Beca Colcultura en 1990: Tiempos Modernos Editores, 1992); El Tempestario y otros relatos (Común Presencia Editores, 1998); La palabra liberada (primera edición Colección Los Conjurados, 2001; segunda edición, 2005) Oscuro Nacimiento (Mención concurso nacional José Manuel Arango, Colección Los Conjurados, Bogotá, 2005; segunda edición 2006); Grandes entrevistas de Común Presencia (Los Conjurados, 2010); La morada fugitiva (Los Conjurados, 2014);  El libro de la Tierra - Antología mayor (2014) y Las muertes inconclusas (2015). Han aparecido tres antologías de su obra: Liberación del origen (Universidad Nacional de Colombia, 2003), El legado del fuego (Caza de Libros, Ibagué, 2010) y Anticipaciones (CreateSpace, California, 2011). 

En 1989 participó en la fundación de la revista cultural Común Presencia (reconocida con Beca Colcultura a mejor publicación cultural del país, 1992), de la cual es su director. Es creador y coordinador de la colección de literatura Los Conjurados, actualmente distribuida en cinco países. Dirigió el programa televisivo Letra Viva. Es Fundador y Director General del semanario virtual Con-Fabulaciónreconocido con el Apoyo a Mejor Medio Virtual (Ministerio de cultura 2011), que actualmente cuenta con 100.000 suscriptores. Varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, árabe, italiano, portugués, gallego, japonés, afrikaans y braille; y figuran en 33 antologías. Es co-director del Día Mundial de la Poesía (versión Colombia) instituido por la Unesco. Obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot (2007), con su trabajo "La Pregunta del Origen". Por su obra Grandes entrevistas de Común Presencia le fue concedido el Premio Literaturas del Bicentenario (Ministerio de Cultura, Colombia, 2010). Es Asesor del Festival de Literatura de Bogotá.

Su obra ha sido comentada por importantes poetas y pensadores de nuestro tiempo como: E.M. Cioran, Roberto Juarroz, José Ángel Valente, Fernand Verhesen, António Ramos Rosa, Alfredo Silva Estrada, Claude Fell, Roger Munier, Olga Orozco, Antonio Gamoneda, Eugenio Montejo, Claude Michel Cluny, Martha Canfield, Franco Volpi, Jorge Rodríguez Padrón, Marco Antonio Campos... 

Ha participado en Encuentros de Poesía o dictado conferencias en una veintena de países. En 2005 y 2006 fue finalista en el concurso nacional de literatura Libros & Letras elegido por votación de los lectores. Desde el año 2006 dirige el Taller de Creación Poética del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente prepara un libro de reportajes a grandes artistas contemporáneos, entre quienes se encuentran: Roberto Matta, Jacobo Borges, Fernando de Szyszlo, Armando Villegas, Oswaldo Guayasamín, Ángel Loochkartt, Leonel Góngora, Edgar Negret...

E-mail: comunpresencia@yahoo.com
http://gonzalomarquezcristo.blogspot.com/

Ritual de Títeres de Gonzalo Márquez Cristo


Una novela ejemplar

De este reconocido poeta y narrador colombiano presentamos una extraña y maravillosa novela. Las siguientes palabras aparecieron en la tapa del libro: "Aventura esencialista, exploración poética, prestidigitación estructural, intensidad reflexiva, propuesta de actualizar el sentido original de lo trágico... Es revelación de una profunda investigación sobre el amor y el espíritu libertario, escrita en dos planos narrativos (mítico y vivencial) que terminan suplantándose. Su confluencia de géneros: Ensayo-cuento-poesía-teatro; en un extenso aliento que transgrede a la acción, se proyecta filosóficamente irradiándose en imagen para fundar la Ritualización del Instante, en estos tiempos en los que aún no asistimos al regreso del hombre". Ritual de títeres, singular barroquismo del contenido, no de la forma. Escritura vívida y poderosa.

Es importante comenzar a leerla!

(Foto: Man Ray)


Comentarios sobre Ritual de Títeres

Por E.M. Cioran

«Su novela Ritual de títeres es una contienda entre filosofía e imagen que conduce afortunadamente a la tragedia». (París, Francia, septiembre 26 de 1992).


La palabra del origen
Por Roberto Juarroz

Ritual de Títeres podría definirse como la aventura del regreso a la primera palabra. (Buenos Aires, Argentina, octubre 15 de 1992)


Saludo a Ritual de títeres
Por Olga Orozco

Ritual de títeres es un libro colmado de hallazgos, de múltiples sutilezas y de una concepción muy especial, muy personal en toda su estructura. Su complejidad, su densidad, sus definiciones y sentencias son perturbadoras, no hay una sola frase llana, un puente habitual, una consideración directa que permita escapar de las corrientes encontradas, múltiples y singularmente entretejidas... Agradezco la riqueza inagotable de cada página y la excelencia de su escritura. (Buenos Aires, Argentina, marzo 10 de 1993).


La palabra en el trapecio
Por José Ángel Valente

Desde los bellos poemas de Apocalipsis de la rosa, Márquez Cristo ha recorrido un despiadado tránsito poético que nos conduce ahora a la experiencia profunda y destellante de su novela –si puedo llamarla así– Ritual de títeres. En esta extraña obra, cargada de reflexiones y de imágenes, impera una escritura que me interesa vivamente. (Almería, España, noviembre 17 de 1992)


Ritual de títeres o la poesía como protagonista

(Tomado de Con-Fabulación)

Por Carlos Fajardo Fajardo*

Esta novela, que mereciera en su primera edición de 1992, comentarios del pensador rumano E.M. Cioran y del poeta español José Ángel Valente, así como diversos textos de escritores colombianos (Ignacio Ramírez, Efer Arocha, Enrique Ferrer, entre otros), acaba de ser reeditada por la Colección Los Conjurados, con prefacio del filósofo italiano´Franco Volpi.

A continuación dos ensayos inéditos sobre esta obra de Gonzalo Márquez Cristo, que ya se encuentra en las más importantes librerías colombianas y en la gran vitrina mundial de Amazon.com


“Se imaginó escribiendo una novela

donde todos asistirían como títeres a un ritual,

en una ciudad que rápidamente se deshace”

Ritual de Títeres, Gonzalo Márquez Cristo

“Abrir los diques del lenguaje, ir más allá del monosílabo”. He aquí una de las claves secretas y maravillosas de esta novela-río, novela-poema, novela-ensayo, imagen y pensamiento. Fusión de voces y de vidas al filo de los cuchillos, al fondo de los abismos poéticos e históricos de una generación siempre a la intemperie, la cual vivió las tempestades de la violencia, la búsqueda desgarrada de todos los placeres y el desengaño de las grandes utopías al no dar con ninguna puerta abierta, ninguna luz. Tal es la atmósfera de este Ritual de títeres, seres en medio de la fragua histórica, llenos de fracasos, ruinas, doloroso erotismo y muerte.

En este escenario del mundo, la palabra es la protagonista principal del drama; la palabra convertida en poesía, se entiende. Por ello aplaudo este ritual y caudal poético, esta lucha perpetua donde triunfa la pulsión creadora de la poeisis, su pasión fundante. Sabemos que “el verdadero poeta, según T.S. Eliot, es el que hace de su lengua una gran lengua”. Se alimenta de su tradición, pero a la vez, la supera enriqueciéndose en otras fuentes diferentes a su raíz; se renueva en profundidad constante. Poesía para alterar la vida; poesía para sabotear las rutinarias frases y costumbres de su tiempo, para ser críticos en aquellos períodos donde la pobreza imaginativa y existencial nos consume. Poesía para mantenernos creativos, atentos, vigilantes.

De allí la imposibilidad de nombrar a este río de imágenes novela, o bien, objeto narrativo a secas, pues como tal deconstruye las lógicas tradicionales narrativas, la antigua idea de ser un contador de historias. Aquí existe otra cosa, se ha propuesto otro asunto: quizá sea un rizoma lingüístico donde “el tiempo no fluye: estalla”; un libro que elabora una cartografía calidoscópica de las sensibilidades, con múltiples entradas y posibilidades, o bien un juego de espacios y de tiempos discontinuos, donde cada capítulo –si es conveniente denominarlo así- funciona como multiplicidad autónoma, como un poema en sí, desde sí, sin principio ni fin, laberíntico, descentrado, disperso. Libro unión de fragmentos construido desde lo par-impar-sin par, de tal suerte que las dicotomías tradicionales de Occidente se intentan romper, o al menos se cuestionan desde la fuerza del lenguaje.

Creo encontrar en ello uno de sus mayores riesgos y propuestas: dinamitar la concepción de la novela, siguiendo la tradición del romanticismo alemán temprano de la “Obra de arte total”, es decir, la fusión de géneros, lograda, como proponía Friedrich Schlegel, con una liberalidad absoluta pero con un rigor muy grande. Como resultado, el texto se convierte en acto de reflexión filosófica existencial, en una delirante imaginación, en apasionada teoría poética y estética, donde la fuerza unificadora como un continuum es la poesía. Entonces se lee: “La pretensión es consagrar en estas páginas el sueño de la novela-ensayo-poema, de la novela-cuento-teatro, de una intensa literatura esencial”. Desde esta apuesta, Ritual de títeres dialoga con Novalis, Joyce, Broch, Borges, Dylan Thomas, Lezama Lima, Bioy Casares; continúa en la cuerda floja de los poetas dadaístas, surrealistas y expresionistas; se alimenta de Vicente Huidobro y de César Vallejo, se comunica en poema pero se constituye en pensamiento y concepto. Dicha aventura del lenguaje escarba y se contagia de las grandes conquistas artísticas de una modernidad rebelde, crítica y subversiva; de las profanas estéticas vanguardistas de la protesta y del cambio; se contagia de las aventuras del espíritu nihilista nietzscheano, explora la libertad erótica y el “desarreglo de todos los sentidos”.

Hemos asegurado que este “libro-río”, “libro-imagen”, como le gustaba a Gilles Deleuze llamar a su Rizoma -hecho de mil mesetas, de mil posibilidades- se muestra como una fusión de fragmentos que pueden leerse de forma independiente y ponerse en diálogo desde cualquiera de sus partes. Ello obliga a inventar otro tipo de lector, un lector de flujos, de caudales, un lector poeta, receptor-creador que vaya al ritmo torrentoso de las palabras. También aquí encuentro una de las más riesgosas propuestas del libro: exigir –tal vez inventar- otro tipo de lector no lineal, con un capital simbólico muy amplio, el cual dialogue con los momentos y conceptos filosóficos, estético-poéticos y políticos más significativos de la cultura occidental: Heráclito, Platón, Goethe, Kierkergaard, Freud, Kavafis, Coleridge, Rimbaud, D.H. Laurence, Chaplin, Héctor Lavoe, Led Zeppelin, Roling Stones…

Otro lector, otro narrador, otro poeta: “una novela donde la acción es excluida y tan sólo deja sus esquirlas en los hombres derruidos”, se lee en el capítulo X. Y en otro apartado: “el lector pone en movimiento el tiovivo de figuraciones trágicas” (Capítulo XVI), a la vez que se instaura la ya anunciada por Roland Barthes “muerte del autor”. No hay aquí un Yo narrador plenipotenciario, ni un narrador tótem. Existen varios narradores-poetas, polifonía y pluralidad de rituales ante la palabra. “Se escribe para desaparecer. Si decimos ‘Yo’ estamos obligados a mirarnos desde afuera, a convertirnos en objeto, a construir un espejo de cinco nombres y pronombres” (Capítulo XXIV). Muerte del narrador tradicional, surgimiento de polifonías intertextuales, calidoscópicas. Es la poesía la que funda estas actuaciones de títeres en medio de la terrible soledad del Ser.

De igual manera, la diversidad de voces poéticas no intenta narrar situaciones cotidianas, sucesos. Estos sólo se sugieren. Más que recrear anécdotas se trata es de construir atmósferas estéticas y propuestas poéticas. Existen, claro, personajes con nombres míticos: Ariadna, la protagonista y Fedra; la trilogía masculina Jano, Orfeo y Mirtilo; historias de amor y desamor que el lector capta entre líneas en medio de la corriente de este sonoro río. También encontramos espacios de una Bogotá real: el barrio La Candelaria, La Carrera Trece, la Séptima, el centro de la ciudad, los bares, pero todo ello alejado del afán novelesco de contar una historia convencional y sí utilizado como pretexto para formular una estructura distinta de novela y una nueva posición del escritor frente al lenguaje. Es el estallido de la palabra-nómada que desterritorializa todo ritual doméstico de la escritura; es la línea de fuga de la poesía contra lo pétreo, lo consolidado, el confort, la burocracia del pensamiento.

Es esto lo que convierte a esta novela en un “río de estilo”, pues en cada página el lector se encuentra con un profundo y extenso poema, como atravesando un campo minado.

Saludo, pues, este trabajo escritural riguroso y riesgoso; esta atrevida metaforización progresiva y provocadora que va en contravía a las exigencias que hace el mercado a los novelistas de última hora, presos del imperio de la rentabilidad, de la fama y de las preferencias del cliente. Saludo su feroz combate contra las novelas escritas por encargo, fáciles, efectistas, efímeras, reemplazables. Ritual de títeres, muy al contrario, exige varias lecturas, es decir varios desgarramientos. Novela-red que se enreda y desenreda en el laberinto de laberintos donde Ariadna juega con sus marionetas arrojadas al escenario del lenguaje. Novela-experiencia, como si las propuestas de Morelli, en la Rayuela de Cortázar, o de Lezama Lima sobre la idea de escribir la “anti-novela”, la “novela-Metáfora”, se hicieran presentes, concreción, cuerpo vital.

Bajo la oscura, fría y lluviosa Bogotá, estos personajes, dispersos y extraviados, hacen su ritual y se difuminan en “la aventura del lenguaje y en la hoz fundadora de la risa”.

Ritual de títeres de Gonzalo Márquez Cristo

Colección Los Conjurados.

Fundación Común Presencia, Bogotá, 2011. 2da. Edición.

*Poeta, catedrático y ensayista colombiano


Gonzalo Márquez Cristo: Capítulo 1

ALBORADAS
Primera convergencia en la ruta

Una semilla de muerte engendra tus visiones... Peregrina de la permanencia abstengo mi sombra. El miedo —injerto en el árbol de la sangre— inicia su fiesta de sonámbulos y es tiempo de seguir lunas equívocas.
—Soy puerta: comienzo y fin. Tengo un rostro para lo visible, otro para lo invisible...
Dices para sorprenderme. No temes la vergüenza: suicidio sin cadáver... Buscas la guía para desandar el camino de la noche: un lector del fuego, la mujer que se aprovecha del sol en el ocaso, una aparición continua... Entonces me oculto entre los párpados si advierto que incendias la palabra.
—La vida vendrá: fui robado por la luz.
El rapto es diurno en un reino de perdidos... El primer rayo se congela en los más íntimos espejos e inicias el trabajo del abismo.
Ahora surge el alarido interior. Prolongas el origen descendiendo por meandros donde la roja araña del pecho conoce su fin. Crees en la aventura del lenguaje y la hoz fundadora de la risa. Intentas domeñar lo inesperado, concertar el enigma, y me centras en el mediodía de tus ojos esperando el signo de las crueles dádivas. Hoy conduzco el carrusel de los silencios: su poder de acercamiento, de rechazo. Este temor perturba: origina... y quizá exista en el aleteo de mi boca la respuesta que sea pájaro de agua, porque algo acecha en el lago impasible del reloj y pronto la noche será mi simulacro.
El mito fatal del doble se explica con amantes, ellos aprovechan tácticas siniestras o inventan una ventana de lluvia, los círculos de la carcajada divina, la ceremonia de sed que alimenta el espejismo.
—Se reconoce que toda perfección es imposible sin la muerte: aún dispongo de la nada. Y no podrás acceder. Los dioses son aniquilados con la risa pero tú provocarías el llanto demoníaco. La caída constelada...
Afirmo recién nacida, anterior al pasado. Huye la memoria: dominio del grito, y mi olvido se libera. Al adquirir un nombre invisible bebo el instante —gota donde me refugio del tiempo— aunque el vaivén de la lengua marque nuestra hora.
No te confunde la señal austera que elegí: mi error era abrir los diques del lenguaje, ir más allá del monosílabo. Y conoces la pugna con lo incierto, la misión de arrancar palabras como costras. Tantas máscaras fundan nuestro miedo —gran desnudador— pero detrás de ellas estoy inerme, está la piel que se crispa. En el centro del laberinto aguarda el victimario dando gritos que nadie escucha, aliado a su respiración... ¿De dónde renacerá lo sagrado?
Siento la llamada del agua, mi aventura se encuentra en tus quietudes. Vamos por calles bulliciosas: regresando. La serpiente de asfalto vibra bajo nuestros pies. Estoy cerca de mí, en el país del olvido me dejo guiar, me has descubierto. Eres un túnel que conduce al extremo en el cual estoy aguardándome. Te has propuesto realizar el rito de la semilla, un amanecer incesante: el tiempo que al fin se posa en las espaldas.
El fulgor juega con mis ojos. Aceptas la tragedia de suscitar la alborada de los rostros... Aquí donde solo son reales los fantasmas no buscas temas ni asedias con generalidades, hay esperanza en el misterio. Tus latidos entierran mis imágenes. Desde el principio esbozamos el prisma escogido para la otra persona, dibujamos el rostro que vas a conocer de ti, el que voy a conocer de mí: con la silueta de las aproximaciones pasadas, retiñendo los rasgos del tormento. Cada uno con ojos de vela y su cárcel de complacencias, intentando la exhibición para el espectador definitivo —el del espejo.
—Ya no es suficiente el olvido. Me habitué al temor —no a morir—, a frágiles y nuevos nacimientos... Te siento huir, pero no importa, la existencia está colmada de excesivos desamparos por un cielo cambiante.
Comentas improvisando indiferencia; oscilo y me hallo lejos: dentro de mí, anclada en litorales íntimos. Ya espero el adiós sin reincidencia, la disolución del nudo de sensaciones y de imágenes. Quiero escapar. Busco la prisión de luz que inventa miedos, el río amordazador de los reflejos.
—Sólo quería ser el bufón preferido de la madre-muerte, de quien conoce el paraje de la noche. El punto donde se une el pasado con el futuro: el instante; y mírame, agónico…
Te proteges, te despliegas. Entiendes tanto de lugares comunes que no los evitas para amar. Los comienzos son enfrentamientos de ambigüedades y afirmaciones, roces y rechazos: los disfraces del alba. De recuerdos y deseos, olvidos y negativas explícitas. Un mundo enmascarado en el lenguaje, en los preceptos y sus nubes inmóviles: trinchera para los traductores del silencio.
—Mujer, no sueñas lo suficiente para ser tan triste, ¿aún buscas refugio en el dolor? Cuando te vi me dije: no me vulnera su apariencia, lo esencial es que no la conozco... aunque en este siglo alguien pretenda aún reconstruir a la belleza.
Injurias mi vanidad. El oriente persiste en mí. Se impone un alto comercio de caras, nuestra época no representa un cambio de valores sino de temores. Sientes las puertas rotas de la sangre, el rayo mudo, el miedo feliz... Porque la vida habita en la costumbre quebrantada. Y mientras mi cabellera roba viento escucho tus intermitencias, tu avidez; conozco todos los nombres del olvido.
—Que la salvación no sea como siempre un momento indescifrable, es mi clamor. En tiempos que dios ha sido expulsado por Adán del paraíso el rito es lo único opuesto a la muerte.
Dices cayendo en mi mirada. Rastreo la huella del latido, los pasos de lo innombrable. Debemos crear un interdicto que posibilite un alto escándalo, recordar que es fantasma quien sufre la rebelión de su sombra y proteger el peligro: los ciegos fronterizos, las señas del naufragio, el despojamiento del nombre, la renuncia que prepara sabidurías...
Desde el comienzo hay actos que se asignan para siempre: mi cuerpo será mano en la ventanilla de un tren; soy la que ejercita la partida. La ondulante. La que fluye. El agua de mi rostro es sed de quien colecciona gestos infinitos y esculpe mi estatua entre su sangre.
Avanzo. Camino mirando el asfalto de esta ciudad en ruinas. Aparecen de nuevo las calles trepidantes, ahora todos los relojes están adelantados. Una noche enseñé a mi corazón a latir, hoy el mundo me aleja, nos apartan las orillas, y si fuera necesario sacrificar presente por pasados...
Yo me acuesto en el tiempo. ¿Cuántas veces volveré a perderte antes de encontrarte? ¿Cuántas seré veta de recuerdos y asesina de mi sombra?

Gonzalo Márquez Cristo
© Derechos reservados

27.9.07

Pacheco: una voz imprescindible

Ciudad de México (1939). Uno de los escritores más prestigiosos de México. Poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Ha obtenido los siguientes galardones: Premio Nacional de Poesía, Premio Nacional de Periodismo Literario, Premio Xavier Villaurrutia, Premio Magda Donato, Premio José Asunción Silva (1996), Premio Octavio Paz (2003) y Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2004).

Entre su obra sobresalen: Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1980), Trabajos en el mar (1983).

3 cuentos de José Emilio Pacheco


Nadie

En el valle ocurre un hecho sobrenatural. Un labrador sale de su choza para atestiguar el prodigio. Dialoga unos minutos con el que hizo el milagro. Al volver, su esposa le pregunta: —¿Quién era?— El labrador toma asiento a la mesa y responde: —Nadie. Era Dios.


Mutaciones

En el centro de la ciudad se levanta una estatua que cambia de forma. Por las noches representa a Diana, durante el día asume la figura de Apolo. Si viste los atributos de Marte anuncia la guerra, —tan claro y obvio es su simbolismo. Nadie se atreve a contemplarla más de un segundo, pues si ve en ella la imagen de Thánatos sabe que a las pocas horas encontrará la muerte.Quizá la estatua sólo existe en la imaginación de quienes creen verla. Pero hay fotografías de sus innumerables mutaciones. En otros tiempos hubo incluso quienes osaron tocarla y, antes de morir, nos legaron su testimonio. Sea como fuere, la estatua plural obsesiona a los habitantes de la ciudad. El rey quiso demolerla. El Consejo de Ancianos vetó la orden ya que, de acuerdo con la leyenda, cuando la estatua sea destruida se va a acabar el mundo.


Cuento de espanto

Violó la cripta a media noche. Halló su propio cadáver en el sarcófago.

El gran Manuel Scorza

(Lima 1928 – Madrid 1983)

Poeta y narrador peruano de gran prestigio con obras traducidas a más de treinta idiomas. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía 1956. Autor de las siguientes obras: Canto a los mineros de Bolivia (México, 1953), Las imprecaciones (1955), Los adioses (1959, 1960), Desengaños del mago (1961), Réquiem para un gentilhombre (1962), Poesía amorosa (Antología) (1963), El vals de los reptiles (1970), Poesía incompleta (1970), Redoble por Rancas (1970), Garambombo, el Invisible (1972), El jinete insomne (1976), Cantar de Agapito Robles.

Clásicos Contemporáneos intenta acercar al lector a uno de los mejores novelistas y poetas latinoamericanos de todos los tiempos.


2 Poemas de Scorza


SERENATA

Ibamos a vivir toda la vida juntos.
Ibamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.

No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,
vivir entre otras gentes
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿Entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.

¡Ibamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.
Contra el viento el poeta nada puede.

A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.


EL DESTERRADO

Cuando éramos niños,
y los padres
nos negaban diez centavos de fulgor,
a nosotros
nos gustaba desterrarnos a los parques,
para que viéramos que hacíamos falta,
y caminaran tras su corazón
hasta volverse mas humildes y pequeños que nosotros.

Entonces era hermoso regresar!

Pero un día
parten de verdad los barcos de juguete,
cruzamos corredores, verguenzas, años;
y son las tres de la tarde
y el sol no calienta la miseria.
Un impresor misterioso
pone la palabra tristeza
en la primera plana de todos los periódicos.

Ay, un día caminando comprendemos
que estamos en una carcel de muros que se alejan...

Y es imposible regresar.

Gimferrer: La renovación española

Poeta, ensayista y traductor catalán, nacido en Barcelona en 1945. Estudió Filosofía y Letras. Autor de El mensaje del tetrarca, Arde el mar, Marea solar, marea lunar y El diamante en el agua.

En 1985 ocupó la vacante dejada por Aleixandre en la Real Academia Española.
Ha obtenido los premios: Nacional de Literatura en 1989, el Premio de Literatura Catalana, Ciudad de Barcelona, Cavall Verb de la Asociación de Críticos Españoles y el Premio de la revista Serra d'Or. En 1997 recibió el Premio Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya, en 1998 el Nacional de las Letras Españolas y en el año 2000 el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Pere Gimferrer: "En la cocina"

Esta mañana, en la cocina había una bestia: un oso hormiguero, diríase. Al principio creí que lo soñaba.

(Me había quedado pesadamente dormido leyendo a Kafka, y conturbaban mis sueños dragones austrohúngaros)

Pero eran bien reales las manos que me zarandeaban y la fatiga perpendicular del pasillo.

La bestia se agazapaba al fondo, cerca del lavadero. Pensé si sería anfibia. No parecía peligrosa. En todo caso, nada había hecho a María cuando, minutos antes, la descubrió al lavar la vajilla. La ventana estaba cerrada. Evidentemente sólo había podido entrar por la abertura del ventilador. se me ocurrió abrirle la ventana. Pero no me constaba que pudiera irse. Permanecía heladamente inmóvil, agitada sólo por su respiración. Tal vez se hallaba herida, dormida, o enferma. Por otro lado, cabía también que me atacase súbitamente. Reclinada sobre sí misma como estaba, me era imposible ver la parte inferior de su cabeza. Su conformación sugería una lengua vibrátil; acaso, unos colmillos acuchillados. Los ojos se me negaban bajo un pelaje oscuro y erizado.

Quizá debía sacrificar a la bestia. El revólver se imponía como único instrumento viable; estremecía imaginar el desgarramiento de aquella masa rugosa bajo la incisión del metal. Pero un fallo podía excitarla y, por lo demás, no había en casa revólver alguno. Encerrarla en la cocina perturbaría nuestro régimen doméstico, sin contar con que la prolongada reclusión produce efectos del todo imprevisibles en algunas especies. Donde estaba no ocasionaba grandes trastornos, así que resolví dejarla.

Cuando volví al mediodía de mi habitual paseo, ya se había ido.

Esta noche la he oído jadear debajo de mi cama. Otras veces me había llamado la atención este rumor; ahora me es fácil identificarla. Sin duda tiene algo que decirme... y aguarda la ocasión más propicia.

Elena Garro: Poesía narrativa

Autora de las siguientes novelas: Los recuerdos del porvenir (1963); Testimonios sobre Mariana (1981); Reencuentro de personajes (1982); La casa junto al río (1983); Inés (1995); Busca mi escuela y primer amor (1996); Un traje rojo para un duelo (1996); Un corazón en un bote de basura (1996). En el género del Cuento tiene: La culpa es de los tlaxcaltecas (originalmente La semana de colores) (1964); Andamos huyendo Lola (1980); y El accidente y otros cuentos inéditos (1997)

Los recuerdos del porvenir: Elena Garro

De esta extraordinaria narradora mexicana, tomamos el primer párrafo de su fundamental novela que para algunos influyó en forma decisiva Cien años de soledad, de García Márquez.


"Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga".

Roberto Bolaño

(Santiago de Chile, 1953-2003). En 1984 publicó su primera novela La senda de los elefantes, que obtuvo el Premio Félix Urabayen. En 1993, publicó Los perros románticos. En 1996, sus obras: La literatura nazi en América y Estrella distante. En 1997 su libro de cuentos, titulado Llamadas telefónicas. En 1998 apareció su extensa novela Los detectives salvajes, Premio Herralde de Novela 1998 y Premio Rómulo Gallegos. En 1999 publicó Amuleto. Ese año visitó Chile tras 25 años de ausencia. A su regreso a España apareció Nocturno de Chile durante el año 2000) y en el 2001 Putas asesinas. Murió en el 2003, dejando inconclusa una su novela 2666 de la cual publicamos un párrafo del inicio.

Roberto Bolaño: 2666 (fragmento novela)

La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Benno von Archimboldi fue en la Navidad de 1980, en París, en donde cursaba estudios universitarios de literatura alemana, a la edad de diecinueve años. El libro en cuestión era D’Arsonval. El joven Pelletier ignoraba entonces que esa novela era parte de una trilogía (compuesta por El jardín, de tema inglés, La máscara de cuero, de tema polaco, así como D’Arsonval era, evidentemente, de tema francés), pero esa ignorancia o ese vacío o esa dejadez bibliográfica, que sólo podía ser achacada a su extrema juventud, no restó un ápice del deslumbramiento y de la admiración que le produjo la novela. A partir de ese día (o de las altas horas nocturnas en que dio por finalizada aquella lectura inaugural) se convirtió en un archimboldiano entusiasta y dio comienzo su peregrinaje en busca de más obras de dicho autor. No fue tarea fácil. Conseguir, aunque fuera en París, libros de Benno von Archimboldi en los años ochenta del siglo XX no era en modo alguno una labor que no entrañara múltiples dificultades. En la biblioteca del departamento de literatura alemana de su universidad no se hallaba casi ninguna referencia sobre Archimboldi. Sus profesores no habían oído hablar de él. Uno de ellos le dijo que su nombre le sonaba de algo. Con furor (con espanto) Pelletier descubrió al cabo de diez minutos que lo que le sonaba a su profesor era el pintor italiano, hacia el cual, por otra parte, su ignorancia también se extendía de forma olímpica. Escribió a la editorial de Hamburgo que había publicado D’Arsonval y jamás recibió respuesta. Recorrió, asimismo, las pocas librerías alemanas que pudo encontrar en París. El nombre de Archimboldi parecía en un diccionario sobre literatura alemana y en una revista belga dedicada, nunca supo si en roma o en serio, a la literatura prusiana. En 1981 viajó, junto con tres amigos de facultad, por Baviera y allí, en una pequeña librería de Munich, en Voralmstrasse, encontró otros dos libros, el delgado tomo de menos de cien páginas titulado El tesoro de Mitzi y el ya mencionado El jardín, la novela inglesa. La lectura de estos dos nuevos libros contribuyó a fortalecer la opinión que ya tenía de Archimboldi. En 1983, a los veintidós años, dio comienzo a la tarea de traducir D’Arsonval. Nadie le pidió que lo hiciera. No había entonces ninguna editorial francesa interesada en publicar a ese alemán de nombre extraño. Pelletier empezó a traducirlo básicamente porque le gustaba, porque era feliz haciéndolo, aunque también pensó que podía presentar esa traducción, precedida por un estudio sobre la obra archimboldiana, como tesis y, quién sabe, como primera piedra de su futuro doctorado.

Acabó la versión definitiva de la traducción en 1984 y una editorial parisina, tras algunas vacilantes y contradictorias lecturas, la aceptó y publicaron a Archimboldi, cuya novela, destinada a priori a no superar la cifra de mil ejemplares vendidos, agotó tras un par de reseñas contradictorias, positivas, incluso excesivas, los tres mil ejemplares de tirada abriendo las puertas de una segunda y tercera y cuarta edición.

Para entonces Pelletier ya había leído quince libros del autor alemán, había traducido otros dos, y era considerado, casi unánimemente, el mayor especialista sobre Benno von Archimboldi que había a lo largo y ancho de Francia.

Entonces Pelletier pudo recordar el día en que leyó por primera vez a Archimboldi y se vio a sí mismo, joven y pobre, viviendo en una chambre de bonne, compartiendo el lavamanos, en donde se lavaba la cara y los dientes, con otras quince personas que habitaban la oscura buhardilla, cagando en un horrible y poco higiénico baño que nada tenía de baño sino más bien de retrete o pozo séptico, compartido igualmente con los quince residentes de la buhardilla, algunos de los cuales ya habían retornado a provincias, provistos de su correspondiente título universitario, o bien se habían mudado a lugares un poco más confortables en el mismo París, o bien, unos pocos, seguían allí, vegetando o muriéndose lentamente de asco.

Se vio, como queda dicho, a sí mismo, ascético e inclinado sobre sus diccionarios alemanes, iluminado por una débil bombilla, flaco y recalcitrante, como si todo él fuera voluntad hecha carne, huesos y músculos, nada de grasa, fanático y decidido a llegar a buen puerto, en fin, una imagen bastante normal de estudiante en la capital pero que obró en él como una droga, una droga que lo hizo llorar, una droga que abrió, como dijo un cursi poeta holandés del siglo XIX, las esclusas de la emoción y de algo que a primera vista parecía autoconmiseración pero que no lo era (¿qué era, entonces?, ¿rabia?, probablemente), y que lo llevó a pensar y a repensar, pero no con palabras sino con imágenes dolientes, su período de aprendizaje juvenil, y que tras una larga noche tal vez inútil forzó en su mente dos conclusiones: la primera, que la vida tal como la había vivido hasta entonces se había acabado; la segunda, que una brillante carrera se abría delante de él y que para que ésta no perdiera el brillo debía conservar, como único recuerdo de aquella buhardilla, su voluntad. La tarea no le pareció difícil.

Jean-Claude Pelletier nació en 1961 y en 1986 era ya catedrático de alemán en París. Piero Morini nació en 1956, en un pueblo cercano a Nápoles, y aunque leyó por primera vez a Benno von Archimboldi en 1976, es decir cuatro años antes que Pelletier, no sería sino hasta 1988 cuando tradujo su primera novela del autor alemán, Bifurcaria bifurcata, que pasó por las librerías italianas con más pena que gloria.

Joao Guimaraes Rosa

(1908-68) escritor brasileño, nacido en Cordisburgo (Minas Gerais) y fallecido en Río de Janeiro. Estudió medicina. Fue diplomático, representando a su país en Alemania, Colombia y París. En 1936 publicó su poemario Magma, con el que obtuvo el premio de la Academia Brasileña de Letras. En 1946 publicó su compilación de cuentos Sagarana. Posteriormente aparecería Corpo de baile, siete relatos, y Gran sertón: veredas, obra maestra que aquí destacamos. Después vendrían Primeras historias (1962), Últimas historias (1963) y Tutaméia: terceras historias (1967).

Gran Sertón: Veredas de Guimaraes Rosa

(Fragmento)
Para qué referirlo todo en el narrar, por menos y menor? Aquel encuentro nuestro se produjo sin lo razonable común, sobrefalseado, como de lo que sólo en periódico y en libro es donde se lee. Hasta lo que estoy contando, después fue cuando pude reunirlo recordado y verdaderamente entendido; porque, mientras una cosa así se ata, lo que uno siente más es lo que el cuerpo propiamente es: corazón latiendo fuerte. De lo que el que: lo real rueda y se pone delante. --"Ésas son las horas de uno. Las otras, de todo el tiempo, son las horas de todos", me explicó mi compadre Quelemén. Como si fuese como estando lo trivial del vivir hecho un agua, dentro de ella se esté, y que todo lo junta y amortigua: sólo raras veces se consigue salir con la cabeza fuera de ella, como un milagro: pidió el pececito. ¿Por qué? Diz que le diré a usted lo que no es tan sabido: siempre que se comienza a tener amor a alguien, en el runrún, el amor agarra y crece porque, de cierta manera, uno quiere que eso sea, y va, en la idea queriendo y ayudando; pero, cuando es destino dado, mayor que lo menudo, uno ama enterizo fatal, necesitando querer, y es un sólo darse de cara con las sorpresas. Amor de éste, crece primero; cuando brota es después. Mucho hablo, lo sé; machaqueo. Mas sin embargo es preciso. Pues entonces. Entonces, respóndame usted: ¿el amor puede venir del demonio? ¡¿Podrá?! ¿Puede venir de uno-que-no-existe? Pero convenga usted callado. Pido no obtener respuesta; que, si no, mi confusión aumenta. Sabe, una vez: en el Tamandua-tán, en el barullo de la guerra, venciendo yo, entonces me estremecí en un golpe claro de miedo; miedo sólo de mí, que yo más no me reconocía. Yo era alto, mayor que yo mismo; y de mí mismo riéndome, carcajadas daba. Que yo, de repente me pregunté, para no responderme: --"¿Eres tú el rey-de-los-hombres...?" Hablé y reí. Relinché, como un caballo cimarrón. Disparé. Soplaba el viento en todos los árboles. Pero mis ojos veían sólo el temblor del polvo. ¡Y más ya no digo; mus! Ni usted, ni yo, nadie no sabe.